Ahora el peligro es el de los censistas. Por suerte son varias las campañas de bien público que están alarmando a la población sobre este flagelo: hoy, gracias a las redes sociales y a los medios de comunicación responsables, los argentinos sabemos que quienes dicen estar recolectando datos, en realidad son chacales sedientos de sangre.
No es recomendable en estos casos tener miedo. Más bien, lo hay que tener es pánico. Por eso, sepa que si usted deja entrar a un supuesto “censista” a su casa, ese “censista” lo atará a usted a una silla para que observe cómo él viola, asesina y mutila a cada uno de los otros integrantes de la familia. Luego se beberá la sangre, picará la carne, hará hamburguesas y lo obligará a usted a comer lo que poco antes fueron sus seres queridos. Finalmente, lo asesinará y lo violará (o viceversa, aunque si usted le implora lo suficiente lo hará en ese orden) y robará todos sus bienes.
Por supuesto, ese sólo será el comienzo. Luego, se dedicará al plato fuerte de su velada. Y culminará su orgía de sangre con una vil tergiversación de los datos socioeconómicos de su familia. Porque además de seguir esparciendo el virus de la inseguridad, los censistas pretenden acomodar los datos al gusto y placer de Guillermo Moreno, un ser al que ellos no se refieren jamás con el calificativo de “polémico”.
Es una lástima que algo tan importante para la Argentina, como es un censo, tenga que terminar de este modo. Pero así son los tiempos en que nos ha tocado vivir. O, mejor dicho, así es este presente revanchista, montonero y cargado de odio. Porque el país no siempre fue así.
En 1980, se realizó un censo ejemplar: con un slogan canchero, con una mascota hermosa (cómo olvidar aquel lapicito tan simpático), pero, sobre todo, con transparencia y honestidad. Claro, eran otros tiempos: sin violencia, sin inseguridad, en un país que tenía futuro. Es una lástima que aquel futuro tan esperanzador haya derivado en este presente tan lleno de antinomias y crispación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario