La Generación del Bicentenario I
Si acertamos, este país puede poner en marcha un proceso de transformación paradigmático. Estamos en condiciones de dejar atrás el entramado patricio, de exclusión social y dependencia; como así también de tejer un nuevo relato colectivo que permita traducir en justos términos la ecuación sarmientina de “civilización o barbarie”.
Montaje APM
Por Víctor Ego Ducrot | Desde la Redacción de APM
24|12|2010
El proyecto iniciado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en 2003 comenzó y terminó el 2010 frustrando conspiraciones: ensoberbecida por la avanzada de las patronales agrarias contra el Estado nacional y por su triunfo electoral de medio término, en junio del 2009, la oposición renunció definitivamente a la práctica política democrática e intentó golpear al gobierno de Cristina. Primero fue con el intento de captura del Banco Central -enero 2010-, y luego con la puesta en práctica de operaciones previstas dentro de lo que la doctrina estadounidense denomina guerra de baja intensidad o de cuarta generación, esto es, la generación de escenarios de caos y de desgobierno -las tomas de terrenos y las manifestaciones violentas en Buenos Aires y su conurbano, durante las últimas semanas de 2010-.
Los episodios de hace un año atrás apuntaron a desfinanciar al Estado y, de paso, a la recuperación por parte de las corporaciones y de la vieja y nueva oligarquía de la utilización discrecional de los fondos del Tesoro. La firmeza de Cristina lo impidió. Hace muy pocos días, las bandas marginales que le restan al ex senador Eduardo Duhalde y la vocación fascista de él y su aliado, el alcalde idiota de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, procuraron imponer condiciones para lo que la doctrina de la guerra de baja intensidad llama “golpe blando”.
En ambos casos, como así también en todos los intentos destituyentes previos -y en los que seguramente acaecerán-, la derecha contó (y contará) con la voz de las grandes corporaciones mediáticas, encabezadas por el Grupo Clarín, una verdadera asociación ilícita y responsable de crímenes de lesa humanidad: la firmeza de Cristina lo impidió.
El 2010 le jugó una mala pasada a las multitudes argentinas que acompañan al gobierno popular: el 27 de octubre falleció Néstor Kirchner, provocando un dolor inmenso, pero también un reverbero de movilizaciones y militancia en pos de la gestión de Cristina Fernández y del proyecto de transformaciones inclusivas que ahora ella conduce.
El 2011 será un año clave: en octubre los argentinos concurrirán a las urnas; la derecha está desesperada por el apoyo creciente que recibe la presidenta, por los indicadores de las encuestas y porque saben que, a menos de que ocurra un milagro, ellos, la oposición golpista, llegaran al día de los comicios en posiciones de debilitamiento estructural.
En esas elecciones se juega el destino de los argentinos y de las argentinas, porque si las mayorías populares y su dirigencia aciertan, este país podría marchar hacia una gesta paradigmática: ponerle fin al modelo de la generación del ‘80 del siglo XIX (dependiente, injusto y antidemocrático), e instalar un proyecto que invierta el contenido falso de la ecuación de Domingo Faustino Sarmiento: “civilización o barbarie”.
Para Sarmiento, el ideólogo de la Argentina que lo sucedió -podría decirse que hasta nuestros días- la civilización se expresa en las oligarquías, sistemáticamente violadoras de la República, que una y otra vez apelaron al genocidio para imponer su proyecto de dependencia y exclusión social; a la vez que la barbarie está en los trabajadores y demás sectores populares, víctimas consuetudinarias de los civilizados.
Sarmiento fue un escritor portentoso, en términos literarios inclasificable, y sus textos fundaron el relato de la Argentina excluyente. Medio siglo después, Ezequiel Martínez Estrada, uno de las más grandes ensayistas que diera este país, sostuvo -no en forma literal tal cual se leerá a continuación- que no pueden establecerse proyectos políticos populares si antes no surge una literatura de la misma naturaleza, que barra con la mediocridad de la escritura de y para élites.
La vida y la obra de Martínez Estrada fueron paradójicas. Respecto del enunciado del párrafo anterior puede decirse que acertó en el plano teórico, a la vez que erró en la observación histórica específica, porque, cuando formuló esa aseveración, el país vivía el más fuerte de sus intentos contra el modelo oligárquico de la generación del ‘80: ya había surgido el peronismo, cuyas políticas y discursos fueron mutilados por la represión “civilizada”. Martínez Estrada fue un obnubilado e irracional antiperonista que terminó demoliendo con sus textos y acciones a los golpista del ´55, para adherir finalmente a la Revolución Cubana.
En la segunda década del siglo XXI, el dilema se mantiene: construimos un nuevo relato, que acompañe las acciones económicas, sociales, políticas y culturales que imprime el gobierno de Cristina Fernández en pos de la transformación inclusiva y democrática del país, o la restauración oligárquica podría prevalecer.
El escenario cultural es otro, las innovaciones tecnológicas han puesto a la comunicación social, al aparato mediático, en el centro del cuadrilátero, y la envergadura de la confrontación ideológica que se registra en la actualidad no tiene precedentes históricos. De ahí el valor estratégico de la nueva ley de medios audiovisuales, impulsada por el gobierno y sancionada en octubre de 2009. Esta norma, conjuntamente con otras iniciativas democratizadoras de la palabra, ha puesto en tensión de manera inédita, los recursos y la capacidad de la sociedad para librar una batalla definitiva y paradigmática, y llevar adelante el proyecto de la Generación del Bicentenario.
Por eso es que acertó Gabriel Mariotto, titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), y mayor referencia en la lucha por una nueva comunicación que encabeza la presidenta, cuando sobre el borde final del 2010 dijo “la historia ya no la escribirán los que ganaron, sino que ganarán quienes la escriban”.
Lo que sigue es un esbozo, por cierto muy sintético, de algunas ideas en torno al concepto Generación del Bicentenario, que publiqué hace pocas semanas en el diario “Tiempo Argentino”, de Buenos Aires.
Además de justo, fue necesario. Me refiero al acto de San Pedro, ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires en la que por primera vez, el 20 noviembre de 2010, el Estado nacional le rindió homenaje a la defensa del territorio nacional ante un ataque imperial, sufrido a mediados del siglo XIX.
Aquél día, Cristina puso en símbolos lo que el proyecto democrático y de inclusión social realiza desde 2003. Nada más y nada menos, porque fue hacia atrás en el tiempo, hacia un pasado que se propone como presente, e interpeló a todos los argentinos, incluso a los que insisten con fiereza en la negación de la Historia, mejor dicho en el desconocimiento de que este país, por fin, está recuperando el sentido de los grandes relatos; relatos colectivos, sí, los únicos capaces de contener como yuxtaposiciones enriquecedoras a los decires, los saberes y los sentires de millones de individuos.
Cuando ello acontece o se preanuncia, entonces una sociedad está en condiciones de materializarse como tal y de darle carnadura al verbo que explica el fin último de las democracias: lograr (la máxima felicidad posible del pueblo).
Decíamos que el acto de San Pedro, además de justo, fue necesario. Quizás emerja como el mejor punto de partida, aunque no el único, para poder decirnos entre todos, y a partir de categorías mucho menos sensibles que las que expresan el bolsillo y los indicadores económicos, que la Argentina está poniendo en acto, con todo el poder dramático que encierran los cuerpos, un algo que ya no basta ser definido como modelo, sino que apela a la posibilidad de un nuevo hito generacional.
Si acertamos, en los manuales de Historia de las próximas décadas podrá leerse lo siguiente: “el siglo XX terminó en llamas, con el agotamiento del proyecto excluyente de la generación del ‘80 del XIX, y el XXI irrumpió con una formidable síntesis entre los relatos emancipatorios del XIX y las tradiciones del siguiente -el XX-. Esa dialéctica dio como resultado la emergencia de un nuevo paradigma para pensar y hacer al país, la generación del Bicentenario”.
Si acertamos, la muerte de Néstor Kirchner no habrá sido en vano y el liderazgo que pasó a manos de la presidenta Cristina Fernández dará documentos y lógicas a esos manuales de Historia del futuro próximo. Si acertamos.
Los episodios de hace un año atrás apuntaron a desfinanciar al Estado y, de paso, a la recuperación por parte de las corporaciones y de la vieja y nueva oligarquía de la utilización discrecional de los fondos del Tesoro. La firmeza de Cristina lo impidió. Hace muy pocos días, las bandas marginales que le restan al ex senador Eduardo Duhalde y la vocación fascista de él y su aliado, el alcalde idiota de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, procuraron imponer condiciones para lo que la doctrina de la guerra de baja intensidad llama “golpe blando”.
En ambos casos, como así también en todos los intentos destituyentes previos -y en los que seguramente acaecerán-, la derecha contó (y contará) con la voz de las grandes corporaciones mediáticas, encabezadas por el Grupo Clarín, una verdadera asociación ilícita y responsable de crímenes de lesa humanidad: la firmeza de Cristina lo impidió.
El 2010 le jugó una mala pasada a las multitudes argentinas que acompañan al gobierno popular: el 27 de octubre falleció Néstor Kirchner, provocando un dolor inmenso, pero también un reverbero de movilizaciones y militancia en pos de la gestión de Cristina Fernández y del proyecto de transformaciones inclusivas que ahora ella conduce.
El 2011 será un año clave: en octubre los argentinos concurrirán a las urnas; la derecha está desesperada por el apoyo creciente que recibe la presidenta, por los indicadores de las encuestas y porque saben que, a menos de que ocurra un milagro, ellos, la oposición golpista, llegaran al día de los comicios en posiciones de debilitamiento estructural.
En esas elecciones se juega el destino de los argentinos y de las argentinas, porque si las mayorías populares y su dirigencia aciertan, este país podría marchar hacia una gesta paradigmática: ponerle fin al modelo de la generación del ‘80 del siglo XIX (dependiente, injusto y antidemocrático), e instalar un proyecto que invierta el contenido falso de la ecuación de Domingo Faustino Sarmiento: “civilización o barbarie”.
Para Sarmiento, el ideólogo de la Argentina que lo sucedió -podría decirse que hasta nuestros días- la civilización se expresa en las oligarquías, sistemáticamente violadoras de la República, que una y otra vez apelaron al genocidio para imponer su proyecto de dependencia y exclusión social; a la vez que la barbarie está en los trabajadores y demás sectores populares, víctimas consuetudinarias de los civilizados.
Sarmiento fue un escritor portentoso, en términos literarios inclasificable, y sus textos fundaron el relato de la Argentina excluyente. Medio siglo después, Ezequiel Martínez Estrada, uno de las más grandes ensayistas que diera este país, sostuvo -no en forma literal tal cual se leerá a continuación- que no pueden establecerse proyectos políticos populares si antes no surge una literatura de la misma naturaleza, que barra con la mediocridad de la escritura de y para élites.
La vida y la obra de Martínez Estrada fueron paradójicas. Respecto del enunciado del párrafo anterior puede decirse que acertó en el plano teórico, a la vez que erró en la observación histórica específica, porque, cuando formuló esa aseveración, el país vivía el más fuerte de sus intentos contra el modelo oligárquico de la generación del ‘80: ya había surgido el peronismo, cuyas políticas y discursos fueron mutilados por la represión “civilizada”. Martínez Estrada fue un obnubilado e irracional antiperonista que terminó demoliendo con sus textos y acciones a los golpista del ´55, para adherir finalmente a la Revolución Cubana.
En la segunda década del siglo XXI, el dilema se mantiene: construimos un nuevo relato, que acompañe las acciones económicas, sociales, políticas y culturales que imprime el gobierno de Cristina Fernández en pos de la transformación inclusiva y democrática del país, o la restauración oligárquica podría prevalecer.
El escenario cultural es otro, las innovaciones tecnológicas han puesto a la comunicación social, al aparato mediático, en el centro del cuadrilátero, y la envergadura de la confrontación ideológica que se registra en la actualidad no tiene precedentes históricos. De ahí el valor estratégico de la nueva ley de medios audiovisuales, impulsada por el gobierno y sancionada en octubre de 2009. Esta norma, conjuntamente con otras iniciativas democratizadoras de la palabra, ha puesto en tensión de manera inédita, los recursos y la capacidad de la sociedad para librar una batalla definitiva y paradigmática, y llevar adelante el proyecto de la Generación del Bicentenario.
Por eso es que acertó Gabriel Mariotto, titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), y mayor referencia en la lucha por una nueva comunicación que encabeza la presidenta, cuando sobre el borde final del 2010 dijo “la historia ya no la escribirán los que ganaron, sino que ganarán quienes la escriban”.
Lo que sigue es un esbozo, por cierto muy sintético, de algunas ideas en torno al concepto Generación del Bicentenario, que publiqué hace pocas semanas en el diario “Tiempo Argentino”, de Buenos Aires.
Además de justo, fue necesario. Me refiero al acto de San Pedro, ciudad del norte de la provincia de Buenos Aires en la que por primera vez, el 20 noviembre de 2010, el Estado nacional le rindió homenaje a la defensa del territorio nacional ante un ataque imperial, sufrido a mediados del siglo XIX.
Aquél día, Cristina puso en símbolos lo que el proyecto democrático y de inclusión social realiza desde 2003. Nada más y nada menos, porque fue hacia atrás en el tiempo, hacia un pasado que se propone como presente, e interpeló a todos los argentinos, incluso a los que insisten con fiereza en la negación de la Historia, mejor dicho en el desconocimiento de que este país, por fin, está recuperando el sentido de los grandes relatos; relatos colectivos, sí, los únicos capaces de contener como yuxtaposiciones enriquecedoras a los decires, los saberes y los sentires de millones de individuos.
Cuando ello acontece o se preanuncia, entonces una sociedad está en condiciones de materializarse como tal y de darle carnadura al verbo que explica el fin último de las democracias: lograr (la máxima felicidad posible del pueblo).
Decíamos que el acto de San Pedro, además de justo, fue necesario. Quizás emerja como el mejor punto de partida, aunque no el único, para poder decirnos entre todos, y a partir de categorías mucho menos sensibles que las que expresan el bolsillo y los indicadores económicos, que la Argentina está poniendo en acto, con todo el poder dramático que encierran los cuerpos, un algo que ya no basta ser definido como modelo, sino que apela a la posibilidad de un nuevo hito generacional.
Si acertamos, en los manuales de Historia de las próximas décadas podrá leerse lo siguiente: “el siglo XX terminó en llamas, con el agotamiento del proyecto excluyente de la generación del ‘80 del XIX, y el XXI irrumpió con una formidable síntesis entre los relatos emancipatorios del XIX y las tradiciones del siguiente -el XX-. Esa dialéctica dio como resultado la emergencia de un nuevo paradigma para pensar y hacer al país, la generación del Bicentenario”.
Si acertamos, la muerte de Néstor Kirchner no habrá sido en vano y el liderazgo que pasó a manos de la presidenta Cristina Fernández dará documentos y lógicas a esos manuales de Historia del futuro próximo. Si acertamos.
FELIZ 2011. CON EL PUEBLO LIBRE y LOS REPRESORES EN CANA
ResponderEliminarGracias a Néstor y a Cristina, a las Madres y a las Abuelas de la Plaza, a HIJOS y a mucha otra gente que apoyó los juicios, estos hijos de puta NUNCA MAS van a gobernarnos. SALIO LA N ... ...UEVA NOTA DE KIKITO : Hay un solo sitio adonde son bien recibidos los asesinos, torturadores y sus cómplices: en el Infierno. Ya sucedió algo parecido cuando murió Massera. Parece ser que al golpear las puertas del Averno, desde adentro le preguntaron:
- "¿Quién es?"
- "Massera"
- "¡Huipi! Con este calor ...¡por fin nos traen helado!".
Lo mismo va a ocurrir cuando se muera Patti. Al presentarse en el Infierno e identificarse como:
- "¡Patti!"... los demonios, recontentos, exclamarán:
- "¡Bravo, llegó el delivery!"
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un saludito a kunkel y moyano, mas ricos q nunca, son progresistas, jajajaja
ResponderEliminarquiero estatizar petroleras yaaaaaaaaaa!!!!
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