Creo que nunca falté un 24 de marzo a la plaza. Más contento unas veces, más molesto otras, desconcertado algunas, pero siempre estuve. El Alzheimer social que algunos proponen, ciertamente no es salud, y no es vida. No pude ir, esta vez, simplemente por estar en el exterior. Pero sí estuve caminando con la gente del CELS, a la que pertenezco con orgullo; sí estuve participando desde las páginas de Tiempo Argentino, pero siento –además- que estuve de otro modo nuevo, un modo que me llena de esperanza: estaban Belén, Luz, Florencia, Daniel, María… Hijos e hijas de amigos y amigas que hoy se sienten parte, que hoy decidieron dejar las consignas que nos declamaba, como si supiera, el ex–presidente Carlos Saúl, y que desde hace ya tiempo empezaron a darle nueva vida a una palabra casi sagrada: “militancia”. Sé que estuvieron en una u otra parte y sé que porque ellos estuvieron, también estuve yo. Porque una característica del poder, para mantenerse, es “invisibilizar” al otro; es lo que hace siempre el poderoso, sea el rico con el pobre, el varón con la mujer, el hétero con el homosexual, el blanco con el indígena, y el Primer mundo con el tercero. Es lo que hicieron los diarios hegemónicos con el acto del 24, y lo que hizo la dictadura y sus continuadores políticos-económicos con los jóvenes: invisibilizarlos. Pero súbitamente, un día, decidieron salir a la luz para mostrar su dolor por la muerte de Néstor, y los invisibles recobraron las calles que les pertenecían y les habían robado. Es cierto que otros lo habían hecho antes esporádicamente, pero nunca de un modo tan masivo. Tanto que esto preocupó al cómico doctor del habano, comparándolos con los jóvenes fanáticos del nazismo y el fascismo. Ya no podían negar lo evidente, sólo les quedaba deformarlo, o presentarlo en un pequeño recuadro abajo a la derecha de página par… Y si es posible, acompañado con alguna foto que sugiera desmanes, o algún cartel que provoque miedo. Y vino el acto en Huracán, donde “nos llamó la juventud maravillosa”, como me decía una; y vinieron más, y ahora, los días de la Memoria. Los jóvenes que hoy acompañan a Madres y Abuelas, no pueden sino llenarlas de vida y alegría, de saber que ante la vejez, las banderas -¡sus banderas!- siguen en alto. Otros jóvenes, como ayer sus hijos e hijas –mis compañeros-, quieren poner un pié en la construcción del futuro. Sin dudas discutirán, harán ruido, se pelearán, ¡molestarán! precisamente porque están vivos, porque están sembrando y cantando. Los desaparecidos encontrados, son muy pocos; los nietos recuperados, también, y seguimos buscando; pero ver jóvenes militando es un signo evidente que los que creyeron invisibilizar una generación, y hacerlo para siempre, sólo pudieron sembrar muerte y dolor, pero que los que apuestan por la vida, porque “otro país es posible” supieron mostrar que el amor es más fuerte. “Nunca menos”, gritaban; y a pesar que algunos quisieron deformarlo para que se entienda como resignación o “mal menor”, es el grito de la resistencia: “ni un paso atrás”, o –como ingenuamente decían los republicanos y más tarde los sandinistas, “¡no pasarán!”. Pasaron, porque el enemigo es poderoso, y nos tocará a los que tocamos la muerte con los dedos, alentar a los jóvenes a caminar pero sin descuidar que los militares están presos y sus cuadros descolgados, pero muchos empresarios, ganaderos y propietarios/as de medios están sueltos, y con poder, y con odio. Nos tocará contarles para mantener viva la memoria, y cantar con ellos los cantos de la esperanza en un mañana mejor. Les tocará a ellos escuchar a Madres y Abuelas y levantar mil pañuelos y mil nombres “y llevarlos como bandera a la victoria”.
Gracias Ricardo
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