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El diario de los Mitre ha tirado al cesto de papeles su propio Manual de Estilo. Históricamente cuando mentía (y lo hacía a diario) trataba de crear en el lector ‘la ilusión de neutralidad’ del autor y del texto.
Esa prosa machacona tiene un solo horizonte discursivo: la calumnia, la difamación, la maledicencia, que al fin, siempre dejan algún rédito, según dicen. Viendo la mediocridad literaria de que hace gala su autor, debo pensar que no se inspiró en Pierre-Augustin de Beaumarchais, quien en El barbero de Sevilla hace decir a Bazile, al principio del último acto: “La calomnie, docteur, la calomnie ! il faut toujours en venir là”, (“La calumnia, doctor, la calumnia siempre queda”), siendo lo más probable que el editorialista –por llamarlo de alguna manera– haya conocido ese consejo por la frase del ministro de la Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels: “miente, miente, que algo queda”.
Los argumentos contradictorios que se esgrimen en el texto –no sé si fue hecho por una sola mano o por dos, aunque lo que es seguro que por ninguna cabeza– no voy a rebatirlos porque ya lo hemos hecho tras la primera versión de este libelo con pretensión editorial. Don Bartolo desde el más allá, al conocer su paupérrimo contenido, habrá montado en cólera, llamándolos como en su tiempo “¡oscuros ganapanes!”; término hoy en desuso el de ganapán, pero que significa, “hombre sin instrucción que se gana la vida haciendo mandados”.
Debo señalar que el diario de los Mitre, en estos últimos años ha dado un giro en su técnica comunicacional: ha tirado al cesto de sus papeles el Manual de Estilo del propio diario La Nación. En segundo lugar, históricamente la autollamada prensa seria –como La Nación– cuando mentía (y lo hacía a diario) trataba de crear en el lector “la ilusión de neutralidad” del autor y del texto. El diario se presentaba como mero testigo de la realidad, usaba una técnica narrativa sin adjetivación y mostraba lo que le convenía, acomodado a su interés, pero como si fuera la única mirada posible, y por tanto verdadera. Trasmitiendo, así, la convicción de que la prensa es neutral y no miente. Es decir que no se vieran las patas a la sota, que no se viera su interés ni se resaltara su visión ideológica oligárquica y pro imperialista, por aquello de ocultar que “de aquellos barros, estos lodos”, como enseña un viejo refrán castellano.
El estilo pasquín no afloraba otrora, aunque siempre tuviera la prosa insolente de los dueños de la patria, cuando los editoriales los escribían, por ejemplo en su tiempo, Valmaggia o Escribano, que con cuidada pluma apostaban a la credibilidad de sus afirmaciones, aunque ese efecto sólo se lograra con sus lectores socios del Jockey Club o la Sociedad Rural.
Hoy, carentes de una representación política partidocrática que defienda cabalmente y con fuerza sus intereses, asisten consternados a una clase política muy subalterna, apenas “saldos y retazos” del poder político de antaño. Y han comprendido que las Fuerzas Armadas actuales han aprendido que alcanzaron en nuestro pasado ominoso su enajenación moral y ética por la utilización que se hizo de ellas, para imponer políticas represivas en todos los órdenes y cuyo costo no los pagó esa “civilidad patriótica” que los impulsaba al asalto brutal del Estado, sino los propios hombres de uniforme.
Por todo ello la prensa monopólica en soledad, viendo que el modelo transformador del país en marcha es incompatible con la Argentina neocolonial que siempre los tuvo en el epicentro de su acción, hoy ha cambiado. Debieron sacarse el antifaz de los buenos modales y la pseudo “neutralidad informativa” para convertirse en la principal fuerza de choque de la oposición a las políticas de Estado. Mienten, calumnian, y no lo hacen con sutil pluma, sino con la diatriba de la prensa amarillista y de los periódicos políticos agitativos.
Los editoriales como el que aquí comentamos son descuidados y carentes de una elemental lógica interna, despreciando la inteligencia del lector. Así sostienen muy sueltos de cuerpo que en el caso Papel Prensa, la justicia les viene dando la razón frente a la perversa querella y califican como favorables los fallos del juez Corazza de La Plata cuando se declaró incompetente –y el de la Cámara que lo confirmó–, y ocultan que los abogados de esa tribuna de doctrina y del diario de Magnetto apelaron esas decisiones buscando su revocatoria.
Como saben que no es verdad el cacareado triunfo judicial, a renglón seguido en el editorial, los viejos socios concupiscentes de Videla, Massera y cía, con actitud rayana en la esquizofrenia, afirman: “No obstante no existir el delito objeto de la denuncia, esa declaración de incompetencia no implicó un sobreseimiento formal de los imputados como ordena el Código Procesal Penal, que indica que ese derecho básico procede cuando en la investigación no se prueba la responsabilidad de los acusados de los delitos denunciados. (…) La resolución judicial dejó a los acusados en un verdadero estado de incertidumbre respecto del alcance de la imputación que se les formulara. No alcanza para suplirla la vaga definición de “un conjunto de acciones ilegales, diversas y articuladas entre sí que, con intervención de la estructura del aparato represivo estatal, habrían tenido por finalidad lograr la transferencia de las acciones de Papel Prensa. Menos aún alcanza para plantear delitos de la gravedad que se pretende, tales como crímenes contra la humanidad.”
En el año 63 antes de Cristo, en la Roma de Cicerón, el senador Catilina, corrupto y ambicioso, conspirador permanente, buscaba derribarlo. Cansado de su actitud, Cicerón pronunció cuatro piezas oratorias frente al Senado en el Templo de Júpiter, conocidas como Catilinarias, incorporadas para siempre a la historia de la humanidad. El primero de los discursos comienza con una de las frases más recordadas y famosas de Cicerón: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?”
Tomado de Tiempo Argentino
El día viernes pasado, La Nación tituló su principal editorial: “Papel Prensa, perversa persecución”. Debo confesar que me avoqué a su lectura, intrigado por saber qué nuevos argumentos había encontrado el leguleyo escriba de turno. Mi curiosidad se trocó a poco de leer en desazón intelectual, puesto que el libreto era casi idéntico al texto que publicara hace menos de dos meses, también como editorial, esa tribuna de doctrina y que motivara que con Luis Alén le respondiéramos puntualmente a cada una de sus falacias en Tiempo Argentino.
Esa prosa machacona tiene un solo horizonte discursivo: la calumnia, la difamación, la maledicencia, que al fin, siempre dejan algún rédito, según dicen. Viendo la mediocridad literaria de que hace gala su autor, debo pensar que no se inspiró en Pierre-Augustin de Beaumarchais, quien en El barbero de Sevilla hace decir a Bazile, al principio del último acto: “La calomnie, docteur, la calomnie ! il faut toujours en venir là”, (“La calumnia, doctor, la calumnia siempre queda”), siendo lo más probable que el editorialista –por llamarlo de alguna manera– haya conocido ese consejo por la frase del ministro de la Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels: “miente, miente, que algo queda”.
Los argumentos contradictorios que se esgrimen en el texto –no sé si fue hecho por una sola mano o por dos, aunque lo que es seguro que por ninguna cabeza– no voy a rebatirlos porque ya lo hemos hecho tras la primera versión de este libelo con pretensión editorial. Don Bartolo desde el más allá, al conocer su paupérrimo contenido, habrá montado en cólera, llamándolos como en su tiempo “¡oscuros ganapanes!”; término hoy en desuso el de ganapán, pero que significa, “hombre sin instrucción que se gana la vida haciendo mandados”.
Debo señalar que el diario de los Mitre, en estos últimos años ha dado un giro en su técnica comunicacional: ha tirado al cesto de sus papeles el Manual de Estilo del propio diario La Nación. En segundo lugar, históricamente la autollamada prensa seria –como La Nación– cuando mentía (y lo hacía a diario) trataba de crear en el lector “la ilusión de neutralidad” del autor y del texto. El diario se presentaba como mero testigo de la realidad, usaba una técnica narrativa sin adjetivación y mostraba lo que le convenía, acomodado a su interés, pero como si fuera la única mirada posible, y por tanto verdadera. Trasmitiendo, así, la convicción de que la prensa es neutral y no miente. Es decir que no se vieran las patas a la sota, que no se viera su interés ni se resaltara su visión ideológica oligárquica y pro imperialista, por aquello de ocultar que “de aquellos barros, estos lodos”, como enseña un viejo refrán castellano.
El estilo pasquín no afloraba otrora, aunque siempre tuviera la prosa insolente de los dueños de la patria, cuando los editoriales los escribían, por ejemplo en su tiempo, Valmaggia o Escribano, que con cuidada pluma apostaban a la credibilidad de sus afirmaciones, aunque ese efecto sólo se lograra con sus lectores socios del Jockey Club o la Sociedad Rural.
Hoy, carentes de una representación política partidocrática que defienda cabalmente y con fuerza sus intereses, asisten consternados a una clase política muy subalterna, apenas “saldos y retazos” del poder político de antaño. Y han comprendido que las Fuerzas Armadas actuales han aprendido que alcanzaron en nuestro pasado ominoso su enajenación moral y ética por la utilización que se hizo de ellas, para imponer políticas represivas en todos los órdenes y cuyo costo no los pagó esa “civilidad patriótica” que los impulsaba al asalto brutal del Estado, sino los propios hombres de uniforme.
Por todo ello la prensa monopólica en soledad, viendo que el modelo transformador del país en marcha es incompatible con la Argentina neocolonial que siempre los tuvo en el epicentro de su acción, hoy ha cambiado. Debieron sacarse el antifaz de los buenos modales y la pseudo “neutralidad informativa” para convertirse en la principal fuerza de choque de la oposición a las políticas de Estado. Mienten, calumnian, y no lo hacen con sutil pluma, sino con la diatriba de la prensa amarillista y de los periódicos políticos agitativos.
Los editoriales como el que aquí comentamos son descuidados y carentes de una elemental lógica interna, despreciando la inteligencia del lector. Así sostienen muy sueltos de cuerpo que en el caso Papel Prensa, la justicia les viene dando la razón frente a la perversa querella y califican como favorables los fallos del juez Corazza de La Plata cuando se declaró incompetente –y el de la Cámara que lo confirmó–, y ocultan que los abogados de esa tribuna de doctrina y del diario de Magnetto apelaron esas decisiones buscando su revocatoria.
Como saben que no es verdad el cacareado triunfo judicial, a renglón seguido en el editorial, los viejos socios concupiscentes de Videla, Massera y cía, con actitud rayana en la esquizofrenia, afirman: “No obstante no existir el delito objeto de la denuncia, esa declaración de incompetencia no implicó un sobreseimiento formal de los imputados como ordena el Código Procesal Penal, que indica que ese derecho básico procede cuando en la investigación no se prueba la responsabilidad de los acusados de los delitos denunciados. (…) La resolución judicial dejó a los acusados en un verdadero estado de incertidumbre respecto del alcance de la imputación que se les formulara. No alcanza para suplirla la vaga definición de “un conjunto de acciones ilegales, diversas y articuladas entre sí que, con intervención de la estructura del aparato represivo estatal, habrían tenido por finalidad lograr la transferencia de las acciones de Papel Prensa. Menos aún alcanza para plantear delitos de la gravedad que se pretende, tales como crímenes contra la humanidad.”
En el año 63 antes de Cristo, en la Roma de Cicerón, el senador Catilina, corrupto y ambicioso, conspirador permanente, buscaba derribarlo. Cansado de su actitud, Cicerón pronunció cuatro piezas oratorias frente al Senado en el Templo de Júpiter, conocidas como Catilinarias, incorporadas para siempre a la historia de la humanidad. El primero de los discursos comienza con una de las frases más recordadas y famosas de Cicerón: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?”
Tomado de Tiempo Argentino
Hay que recordarles a los de la nación que en sus propias oficinas un tal Magnetto, le dijo a Lidia Papaleo que firmara, porque sino corrían peligro de muerte ella y su hija.Si me quieren hacer creer que eso no es delito, o soy tonto o ignorante.
ResponderEliminarCarlos Marciano