Los militares desarmaron a golpes aquel modelo de desarrollo tecnológico
A 45 años de los “bastones largos”, hoy el país recupera a sus científicos
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para Tiempo Argentino
Al grito de “¡hay que limpiar esta cueva de marxistas!”, la guardia de Infantería de la Policía Federal entró a los claustros universitarios, apaleó a estudiantes, graduados y profesores y produjo un velo negro en la historia académica argentina, propiciando la “fuga de cerebros” y el desmantelamiento de programas de avanzada. Un costo que el país “sigue pagando” y que planes como el de repatriación de científicos buscan subsanar. El episodio se imprimió en la Historia como La Noche de los Bastones Largos y ocurrió hace hoy exactamente 45 años.
“Sentí bombas que estallaban, que rompían las ventanas, entraban y arrojaban gases. Tuvimos que salir como ratas. Después me recuerdo pasando por la doble fila de la guardia de infantería, ahí nos golpeaban, nos decían de todo”, recuerda el matemático Raúl Carnota, en ese entonces un estudiante que había acompañado la asamblea de autoridades y alumnos en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Esa noche del 29 de julio de 1966, todos los claustros se habían convocado para rechazar la intervención dispuesta por el reciente gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, mediante el decreto 16.912, que atentaba contra la autonomía y la libertad de cátedra.
Pablo Jacovkis todavía no era graduado en Matemáticas, y faltarían unos años para que fuera profesor y más tarde decano (1998-2006) de la facultad. Con una carrera avanzada, 20 años, y voluntad por defender lo público, terminó un examen con el profesor del MIT, Warren Ambrose, y fue desde la Ciudad Universitaria hasta la sede de Perú 222, donde hoy funciona la Manzana de las Luces. “Fuimos con un conjunto de estudiantes y presenciamos una reunión del Consejo Directivo, en la que se decidió no aceptar cargos según la norma, porque les restringía a los decanos su autoridad. La UBA no los aceptó. Ni el rector (Hilario Fernández Long), que había firmado una dura declaración contra el golpe de Estado, ni ninguna autoridad”, recuerda hoy.
Carnota cursaba el 5º año en el Colegio Nacional Buenos Aires, ubicado justo a la vuelta del edificio donde funcionaba Exactas. Pertenecía a la Federación Juvenil Comunista, que tenía intervención en el Centro de Estudiantes. Esa vocación lo llevó a unirse a la resistencia y acabar golpeado y detenido, al igual que unas 150 personas esa noche. “Habré estado toda la noche en la comisaría, hasta la madrugada. A otros los largaban antes, a los que se identificaban como profesores”, aporta Carnota, hoy miembro del Consejo de Administración de la Fundación Sadosky.
Los palos de esa noche, bajo las órdenes de los jefes de la Side, Eduardo Señorans, y de la Policía Federal, Mario Fonseca, no distinguieron entre alumnos y autoridades. El decano, Rolando García, y el vicedecano, Manuel Sadosky, fueron golpeados con igual violencia que el resto. Así lo recordó en una carta que envió a The New York Times el profesor Ambrose, quien se encontraba en el país invitado por la universidad: “Nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente (…) Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo y en donde pudieron alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguidos, el decano y vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes.”
En una edición especial de la revista Caras y Caretas, de 2006, Felipe Pigna y María Seoane escribieron que “la Guardia de Infantería no ahorró insultos, patadas, golpes de machetes y palazos que por ‘orden superior’ y razones obvias debían apuntar a la cabeza, pero no sólo ahí, como lo demuestra la querella criminal iniciada por el decano Rolando García contra el general”.
La Noche de los Bastones Largos expulsó a casi 1400 docentes que renunciaron o directamente se exiliaron. De los 301 que emigraron, 215 eran científicos, y 86, investigadores en distintas áreas. Al cumplirse recientemente los 50 años de la computación en el país, Tiempo Argentino entrevistó a científicos como Julián Aráoz, quien era responsable del Grupo de Investigación Operativa del Instituto del Cálculo y partió a Europa tras la violencia del onganiato.
Programas como el de la computadora Clementina se desvanecieron en poco tiempo tras la fuga de cerebros.
“Lo que se apagó en La Noche de los Bastones Largos fue un proyecto que pretendía poner a la facultad como un punto de referencia, un faro en matemática aplicada para políticas públicas, para el Estado. En esos años, el Instituto del Cálculo era vanguardia, y esto se perdió abruptamente”, reflexiona Carnota, quien fue profesor del Departamento de Computación.
Jacovkis cree que la herida “se ha cerrado”, aunque “el costo lo seguirá pagando la Argentina durante mucho tiempo. Hay cosas que no se recuperan, todos los científicos que se fueron fue una pérdida grande. De todos modos, hay paliativos. En este momento hay planes para que vengan los investigadores que están afuera, hay programas, es una situación favorable.”
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