Eduardo de la Serna
Algunos artículos, algunos correos, algunos comentarios me invitan a pensar. No porque comparta, precisamente. Pero pensar es sano. Es signo de estar vivo.
Para empezar, quiero partir de lo que –me parece- es el punto de partida. Y esto es el “dónde” o “desde dónde”. En América Latina es un tema fundamental en el pensamiento teológico. Y es particularmente crítico de lo que parecen dos puntas del pensamiento. Por un lado, el que mira desde su burbuja, y se desentiende de la vida y muerte de los pobres, es el que sólo se mira a sí mismo, el que levanta como bandera que “los límites de uno terminan donde empiezan los del otro”, con lo que los seres humanos parecemos una suerte de mónadas, de cosas aisladas… o –sobre todo- que no me molesten. Que hagan lo que quieran pero que no me afecten. La suerte de los y las otros/as no me importa si no me toca directamente. Con cierto simplismo, se los suele ubicar en la “derecha”, el liberalismo. Otro grupo, mira desde el mundo de las ideas. Pretende ir más allá de sí mismo, y es capaz de mirar a los otros, e incluso pretende hacer cosas por los otros y hasta pretende comprometerse por los otros. Incluso hablan de “popular” en algunas ocasiones. Pero no salen de su otra burbuja. Hablan “de” los otros, pero no “desde” los otros. Con el mismo simplismo, este grupo mira y analiza desde las ideas, desde arriba. Se pone por encima. Incluso, lo que “los otros” dicen, viven o eligen lo hacen porque parecen no tener nuestra lucidez, capacidad, o nuestra independencia.
En lo eclesiástico, por ejemplo, unos pretenden que la oración, el culto, los ritos “me” sirvan, “me” den paz, o incluso es cosa “entre Dios y yo”. Los otros, miran la fe de “los otros” como “superstición”, “folclórico”, o –a lo sumo- es “su manera” de relacionarse con Dios. No es la mejor, por cierto.
En lo político, unos no se preocupan de proyectos que beneficien a “los otros”, sólo me importa lo que me beneficie a mí (aunque otros se perjudiquen, tantas veces). Los otros, hablan desde las ideas, impolutas, asépticas. Y –a lo sumo- toleran con un dejo de tristeza y otro de paternalismo, las opciones de “los otros” que no son tan “puras” o “ilustradas” como “yo sé” que debieran ser. Son los progresistas.
Los artículos a los que hacía referencia, parecen a veces tan puros e inmaculados que –a lo mejor por eso- son incomprensibles para el ruidoso, enmarañado y confuso mundo de los pobres. Dejo de lado los que analizan con cara de intelectuales (o pluma de intelectuales) pero no parecen en lo más mínimo interesados en la vida y muerte de los pobres. Me refiero a los que considero honestos, a los que ellos mismos parecen creer que son honestos, que descargan baterías de argumentos para convencerse de que están en el camino correcto, o en el análisis iluminado e iluminador, pero que no pueden entender el mundo de los pobres (aunque crean hablar en nombre de ellos en más de una ocasión). Su “desde dónde” piensan o escriben me resulta tan ajeno que es –a su vez- incomprensible, particularmente para los pobres.
Pero además, me surge otra pregunta: los que hablan, escriben, piensan y lo que hablan, escriben y piensan, ¿no tiene ingerencia, o repercusiones en “los otros”? Es decir: el comentario religioso, o político, por más que pretenda ser aséptico y puro, ¿no afecta de un modo ajeno al mundo de los pobres? Quiero decir: el que escribe de cosas políticas, está haciendo política. No hay dudas de eso. Y no hay política aséptica. Por más que crea ser puro o pura en el análisis, por más que crea que ilumina en el análisis, lo menos que me parece que se puede decir es que no afecta al mundo de los pobres, y –en general- si lo afecta, lo afecta negativamente. Cree hablar y hacer política desde la pureza impoluta del mundo de las ideas, y no solamente habla en un lenguaje incomprensible para los pobres, sino que habla desde un lugar ajeno a los pobres, y con perspectivas ajenas a los pobres. Y –lo que es habitual- siendo usado (sino funcional) precisamente a los que no les interesan los pobres, a los que creía defender. En lo personal, creo que el “desde dónde” hablo, pienso, o escribo es el punto de partida principal. Allí quiero estar. Desde allí quiero pensar. Desde allí escribo.
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