Gracias Lanchita
Desde hace un tiempo, algunos medios gráficos y cierta literatura se vienen ocupando de la relación entre juventud y política, en general, y de algunos grupos u organizaciones, en particular. La Cámpora despierta, entre ellos, una consideración especial. La mayoría de estos artículos o ensayos se inclina por denostar la participación de los “jóvenes oficialistas”, sea como funcionarios de importancia o militantes rasos. Por omisión, debemos creer que las críticas no se extienden a las juventudes opositoras, ni a los que eligen la apatía o la indiferencia.
Se trata de un sentimiento antijuvenil, cuyo discurso anida en ciertas tradiciones conservadoras que siempre despreciaron la presencia cuestionadora de la juventud y, en muchos casos, reprimieron su avance. Es una antigua historia de sospechas hacia las nuevas generaciones que salen a cazar utopías o pretenden tomar el cielo por asalto. Una saga que tiene sus versiones más contemporáneas en los movimientos latinoamericanos de reforma universitaria iniciados en Córdoba en 1918; las manifestaciones en París en 1968; el Cordobazo de 1969; la militancia juvenil de los ’70 o las luchas estudiantiles que tienen en la noche de La Plata del 16 de septiembre de 1976 su símbolo, sólo por dar algunos ejemplos conocidos. En todos los casos, se interpelaba a la realidad social y se disputaba poder. El poder: ésa parece ser la cuestión. Los comentaristas conservadores destacan en sus escritos que el “problema” de La Cámpora es que es una agrupación con poder, como si ellos escribieran desde el ostracismo de un blog personal o desde un espacio mediático que renuncia a tener poder o a favorecer a quienes les conviene que lo conserven. Las organizaciones juveniles del peronismo, por supuesto, disputan poder. ¿Qué sería de la política sin la tensión que implica esa disputa? Una disciplina inanimada. Pero, además, ¿qué sector político no sostiene un poder contra otro? La juventud del PRO, de apariencia inocente, también se posiciona contra las reformas kirchneristas que afectan a las fuerzas conservadoras y, además, trata de imponer allí donde quepa su vecinalismo antilatinoamericano. No hay que poner el grito en el cielo por eso sino discutir ideas sobre la disputa de poder.
Quienes cuestionan a los jóvenes que a partir del kirchnerismo irrumpieron en la arena política, no parecen recordar que la historia tiene una larga lista en la que la intensidad de la juventud y la responsabilidad de la práctica política no se han excluido. Mariano Moreno vivió sólo 33 años, lo mismo que Eva Duarte. Manuel Belgrano fue secretario perpetuo del Consulado a los 24. A los 34, San Martín regresó a su Patria con la misión de liberarla. Julio Argentino Roca fue ministro de Guerra y Marina a los 34 y presidente a los 37. Antonio Cafiero fue ministro de Perón a los 29. Los actuales jóvenes legisladores pueden registrar que Alfredo Palacios fue diputado nacional a los 25, John William Cooke a los 26, Raúl Alfonsín a los 34 y Arturo Frondizi a los 38. Sólo algunos ejemplos. ¿Cuál sería, según el juicio de los opinadores antijuveniles, la frontera a partir de la cual ya no se es “imberbe”?
Pero si hay una paradoja en esta cruzada que no le reclama a la juventud otra cosa que no sea “tomar distancia” del poder –que cante, que baile, que mire, pero que se aleje del mundo de las decisiones–, reside en las historias personales de los fundadores de los dos diarios más grandes de la Argentina. Es sorprendente que editorialistas de La Nación y Clarín, por lo tanto sus voces más institucionalizadas, no hayan reparado en este hecho. Bartolomé Mitre fue ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del Estado de Buenos Aires con 31 años, presidente de la Legislatura de Buenos Aires a los 34, gobernador de Buenos Aires a los 39 y presidente de la Nación a los 41, la edad del actual viceministro de Economía, Axel Kicillof, doctorado universitario y de destacada trayectoria académica. La escena se completa: Roberto Noble fue diputado a los 28 años, vicepresidente de la Cámara de Diputados a los 29 y ministro de Gobierno bonaerense a los 34. A los 43, en una edad comparable a la de Mariano Recalde, tuvo el capital suficiente para fundar Clarín.
Considerar que la juventud que se organiza para apoyar a la Presidenta y el proyecto que lidera es un generalato de inexpertos que embauca y adoctrina perversamente a una “masa boba” es un modo oscuro de entender las culturas juveniles, sus manifestaciones artísticas, su inclinación por absorber las teorías que revolucionaron el pensamiento, su vínculo con las movilizaciones sociales, su interés por la historia nacional y el destino del continente, sus modos soberanos de manifestarse y su vocación por asumir compromisos de gestión y conducción del Estado.
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