Queridos amigos y compañeros
La actividad que promovimos en repudio al golpe de Estado en Paraguay contra el Presidente Lugo, que comenzó con la declaración política de San Telmo K y que desembocó en el Acto público en el Club Paraguayo que organizamos junto al Frente Guasú ha sido todo un éxito y nos compromete a continuar nuestros esfuerzos por la profundización de la lucha por la unidad de la Patria Grande y la felicidad de nuestros pueblos.
Agradecemos a todos los que estuvieron, los que se adhirieron a la declaración y a todos aquellos que de una u otra manera se sintieron conmovidos por la agresión golpista y se sienten identificados con esta lucha.
Aprovechamos para enviarles el texto del compañero Ricardo Forster, uno de los panelistas de aquella jornada. Y sugerimos su difusión como una valiosa contribución.
San Telmo K
La actividad que promovimos en repudio al golpe de Estado en Paraguay contra el Presidente Lugo, que comenzó con la declaración política de San Telmo K y que desembocó en el Acto público en el Club Paraguayo que organizamos junto al Frente Guasú ha sido todo un éxito y nos compromete a continuar nuestros esfuerzos por la profundización de la lucha por la unidad de la Patria Grande y la felicidad de nuestros pueblos.
Agradecemos a todos los que estuvieron, los que se adhirieron a la declaración y a todos aquellos que de una u otra manera se sintieron conmovidos por la agresión golpista y se sienten identificados con esta lucha.
Aprovechamos para enviarles el texto del compañero Ricardo Forster, uno de los panelistas de aquella jornada. Y sugerimos su difusión como una valiosa contribución.
San Telmo K
A mí madre que es hija de
la tierra paraguaya y que siempre nos habló con amor de sus atardeceres y de su
pueblo.
El poeta Ricardo Molinari escribió que no hay
atardeceres como los de la tierra paraguaya. Cuando cae el sol, en las horas
del crepúsculo, se incendian sus llanuras multiplicando las infinitas
tonalidades de los rojos y de los verdes ofreciéndole al admirado espectador
una experiencia inolvidable. La tierra de Roa Bastos sabe de bellezas y de
dolores, de historias fabulosas que se hunden en las mitologías guaraníes y de
la permanencia, ominosa, de la violencia y el autoritarismo. Su historia, la de
su pueblo, ha estado marcada por la cadencia de una lengua musical que ha
logrado, con esfuerzo y astucia, proteger cultura y memoria allí donde la
barbarie homicida buscó quebrar la bravura de una nación que supo enfrentarse a
una guerra infamada por tres ejércitos que tuvieron que matar a casi el grueso
de los hombres paraguayos para doblegar su espíritu indómito. Un país sometido
por una dictadura brutal que dejó, en su interior y una vez recuperada la
democracia, una bomba de tiempo que sigue estallando cada vez que su oligarquía
lo necesita para perpetuar su poder. Un país maltratado por los usurpadores de
la riqueza que, sin embargo, continua exhibiendo en esos atardeceres
deslumbrantes los mil colores de una naturaleza altiva, refugio de mil
historias de resistencia de un pueblo memorioso.
El Paraguay es y ha sido una tierra de sueños y de
injusticias. Una y otra vez muchos de sus hijos e hijas han tenido que
emprender el camino doloroso del exilio, a veces político y otras, las más, económico.
De a cientos de miles han ido a construir un futuro que se les escamotea en su
tierra atravesando las fronteras de Argentina y Brasil. Su trabajo, su lengua
musical y su cultura han enriquecido la vida de otros pueblos que no siempre
han sabido ser generosos con aquellos que derraman su laboriosidad y su
honestidad sin olvidar, ni un solo día, su propia tierra quemada por los fuegos
de la injusticia.
Un pueblo que ha sabido preservar su lengua como
si fuera un tesoro que las generaciones han sostenido como un modo, quizás, de
endulzar las inclemencias y los rigores de una historia que se forjó bajo el
signo de la ilusión y que recibió las peores descargas de la barbarie
desplegada en nombre de la civilización (de esa metamorfosis paradójica supieron
mucho Mitre y Sarmiento que no dudaron en acallar a sangre y fuego, con la
complicidad del Brasil, la sed de autonomía de un pueblo que, encabezado por el
mariscal Solano López, había construido un modelo avanzado en un continente de
infinitas desventuras. Apenas la voz solitaria de Juan Bautista Alberdi se
levantó para denunciar el “crimen de la guerra” que convirtió a una tierra
bella y generosa en un páramo desolado por la barbarie de los hombres de frac y
galera que se enfrentaron a combatientes descalzos que sostuvieron, con coraje
legendario, una defensa heroica). Pueblo de errancias que nunca olvidó esos
atardeceres incendiados por un sol prodigioso y que, sin renunciar a la
esperanza y a la libertad, inventó mil y una revoluciones fallidas para abrirle
paso a la justicia. Los paraguayos, que han sacado fuerza e ingenio de sus
fracasos y derrotas, han esperado demasiado tiempo para que llegara el día en
el que la democracia dejara de ser una cáscara vacía, un mero instrumento en
manos de unos pocos, y se transformara en la apuesta por un país para todos.
Hace un poco más de tres años surgió una
esperanza. En la figura y la palabra de Fernando Lugo, ex Obispo formado en la
tradición de la teología de la liberación, hombre atento a las necesidades y los
padecimientos de los humildes, encarnó lo que parecía una utopía: disputarle el
poder a los dueños de la tierra, a los herederos del dictador Stroessner, a los que transformaron al
Paraguay en el paraíso de contrabandistas y narcotraficantes. Lugo vino a
expresar a los movimientos sociales que, en nombre de los campesinos sin
tierra, clamaban por una reforma agraria que pusiera fin a una terrible
inequidad apuntalada por un ejército y una policía al servicio de las
inconmensurables fortunas de unos pocos. Construyó, sin embargo, una alianza
débil que le permitió llegar al gobierno pero que nunca le posibilitó alcanzar
el poder suficiente como para desplegar esas reformas imprescindibles sin las
cuales todo seguiría igual. No pudo, por carencia de fuerza política propia o
por falta de decisión, imponerle a los grandes terratenientes un tributo sobre
la fabulosa renta sojera que sigue desforestando la tierra guaraní y
expulsando, día a día, a miles de campesinos que terminan ocupando los
cinturones de pobreza de las ciudades o buscando el pan allende las fronteras.
Buscó mejorar un poco la vida y los derechos de
los más humildes y se puso en consonancia con el despertar sudamericano. Nunca
logró, de todos modos, atemperar el odio rabioso que los ricos y sus medios de
comunicación expresaron con inusitada violencia retórica que, como en otros
tramos de su historia, también se convirtió en violencia sobre los cuerpos y en
excusa, infame, para retomar las riendas del poder. Fernando Lugo fue una
excepcionalidad que buscó darle forma y contenido a una democracia condicionada
y manipulada por los poderosos que, finalmente, decidieron simplemente
expulsarlo del gobierno echando mano a las argucias legales y a la nueva
modalidad de golpe de estado que se inició con el laboratorio hondureño: se
trata de horadar y deslegitimar a los gobiernos populares utilizando los
recursos institucionales (el parlamento, el poder judicial, los medios de
comunicación, las policías –como en Ecuador y ahora en Bolivia-). El argumento,
no por repetido es menos perverso: los “virtuosos republicanos” de la derecha
anuncian que la democracia está en peligro en manos de gobiernos populistas,
demagógicos y autoritarios y reclaman su derecho a “salvar” a la República y a
sus instituciones de quienes las corrompen. No otro fue el argumento utilizado
para destituir, en una parodia de juicio político que marcó el récord de
velocidad, a Fernando Lugo y, con él, a los tibios intentos por modificar un
poco la terrible desigualdad e injusticia que atraviesa al Paraguay.
Una modalidad que entre nosotros asumió el
mecanismo del intento destituyente y que se corresponde con una etapa en la que
la forma tradicional del golpe de estado, aquella encabezada por fuerzas
militares y apadrinada por las embajadas estadounidenses, ha sido reemplazada
por la utilización de diversos instrumentos: golpes económicos (el recuerdo del
final apresurado del gobierno de Raúl Alfonsín me ahorra de más comentarios);
sistemática proliferación de dispositivos mediáticos tendientes a desacreditar
cualquier iniciativa de los gobiernos populares y a transformar el relato de la
vida cotidiana en un viaje brutal al peor de los infiernos; acusaciones
permanentes de corrupción y de autoritarismo a la par que se reclama el regreso
al orden republicano avasallado por el populismo; provocaciones emanadas de las
fuerzas policiales que, como se ha señalado, constituyen hoy un instrumento
conspirativo de primer orden; activa participación, en ciertos casos, de ONG’s
que en nombre de la sustentabilidad ambiental, la protección de la naturaleza y
el derecho de los pueblos originarios tienden a horadar experiencias
gubernamentales que son acusadas de ir contra las propias fuerzas sociales que
les dieron nacimiento (los casos de Bolivia y Ecuador están allí para no
subestimar esta forma novedosa de acción desestabilizadora que se entrelaza, en
muchos casos, con causas justas y que no deben ser descuidadas por los
gobiernos).
Distintos rostros para impulsar la conspiración de
las derechas continentales contra procesos políticos que han enriquecido la
democracia reintroduciendo la participación popular y abriendo, como hacía
décadas que no sucedía, la esperanza de transformaciones profundas en el mapa
de la injusticia y la desigualdad sudamericana. Es como reacción a esta
novedosa irrupción de los incontables de la historia que han sabido apoyar
nuevas experiencias democráticas que surgen esos distintos rostros de la
conspiración. Rostros, insisto, que se atrincheran en una retórica seudo
republicana y en una supuesta gesta en pro de la salvación de las instituciones
amenazadas por la llegada aluvional de las multitudes y de sus liderazgos
demagógicos y autoritarios. Se trata, en definitiva, de atacar a los procesos
democrático populares desde el interior de la misma democracia aprovechando los
resquicios legales o, simplemente, apropiándose de algunas instituciones
significativas (por ejemplo el Senado en Paraguay, el poder judicial en
Honduras o el travestismo de legisladores como lo experimentamos en Argentina
durante la famosa votación en la que el Vicepresidente de la Nación acabó
desempatando a favor de la corporación agromediática). La perversión de las
derechas se disfraza de institucionalismo republicano y en abanderada de la
democracia amenazada.
Pero el golpe de estado contra Lugo y contra la
verdadera democracia paraguaya es parte de la estrategia de la derecha
continental por impedir la continuidad de un tiempo histórico caracterizado por
el avance, en muchos de nuestros países, de proyectos popular democráticos. De
ahí que haya sido fundamental la reacción de la Unasur al desconocer la farsa
del senado paraguayo. Por eso resulta inadmisible que, mientras se intenta
mutilar el derecho de los pueblos a darse sus propios gobiernos, entre nosotros
algunos dirigentes sindicales de envergadura utilicen una retórica que no se
diferencia de la que emana de los medios concentrados de comunicación y de las
escuálidas cacerolas que siguen alucinando con su “insurrección de Barrio
Norte”. Cuando se cruzan ciertas fronteras invisibles, cuando se elige criticar
a un gobierno popular desde los estudios televisivos del establishment
corporativo, cuando se lanza una medida de fuerza en ausencia de la Presidenta
y se lo hace con un nivel de beligerancia incongruente con las conquistas de
estos años y cuando, tomando en cuenta las amenazas ciertas del golpismo en
países hermanos, se convoca a una movilización antigubernamental en Plaza de
Mayo, se termina por confluir con aquellos mismos sectores económico políticos
que pusieron en marcha, décadas atrás, el revanchismo social contra los
trabajadores. Es cierto que una huelga y una movilización no son equiparables a
un golpe de estado, no lo deben ser, pero la retórica de ciertos dirigentes
sindicales ayuda a confundir un poco más las cosas y a distanciarse del
sentimiento de ese mismo pueblo trabajador que, pocos meses atrás, respaldó
aluvionalmente a Cristina. Por todo esto y por el legado de una historia
irredenta, en esa tierra de atardeceres únicos también se juega el destino de
la democracia sudamericana.
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